Desde el momento en que caés en la cuenta de que existe siempre un "continuará..." tácito al final, y que quien quiera que afirme que la vida no es un disco de Miranda bien podría estar equivocado, una discución como la de ayer con L se vuelve maravillosamente pertinente. Y mucho más si te atrevés a decirme, como quien no quiere la cosa, dejá, hacé como que no dije nada, no importa. Porque entonces esto acaba de empezar. ¿Cómo voy a hacer como si no hubieras dicho nada? Y más importante: ¿Cómo no me va a importar? Maldita la acústica de ese maldito bar de Palermo que me dejó afónico. Pero cuando me entusiasmo no puedo parar. El placer de disfrutar de lo que no hace falta decir no puede contra el placer de encontrar las palabras justas para decirlo. Y no me puedo enojar conmigo por necesitar escucharmelo decir, porque se siente grandioso.
Tal vez sea cierto, como dice Burroughs, que estamos todos irremediablemente enfermos del virus del leguaje*, pero sé que es cierto lo que dice Barthes: La palabra es hermosa.
Parece que la película de mi vida la va a dirigir Mike Nichols (Closer, The Birdcage, Working Girl). Y yo que pensaba contratar al director de Legally Blond...
Elle: I just don't think that Brooke could've done this. Exercise gives you endorphins. Endorphins make you happy. Happy people just don't kill their husbands, they just don't.
*La palabra puede ser claramente definida como un virus: se trata de un organismo que no posee ninguna otra función interna que la de reproducirse a sí mismo.