Me pasa de vez en cuando. Como hoy. Porque llovía y tenía que salir temprano. Y me quedé parado así, un rato largo, en la puerta. Y miraba y solamente veía soldaditos. Todo era soldaditos. Y entonces no podía salir. Porque no, porque si hay soldaditos hay que quedarse en casa. Y me prendí un cigarrillo y esperé, hasta que se fueron todos. Y salí.
Cuando era chico, y a la mañana temprano llovía con soldaditos, mi mamá no nos dejaba ir al colegio. Y era grandioso ver soldaditos. Mi abuela le tenía miedo a la lluvia, y no la dejaba salir a mi mamá si llovía fuerte; y ella, en el piso, veía un montón de soldaditos. Porque cuando llueve fuerte, y las gotas de lluvia se estrellan en el suelo, forman por un instante un soldadito. Ella veía eso. Como esos soldaditos de plástico verde chiquititos, los que tienen una base chata para mantenerse parados; pero no todos: los que estaban como arrodillados en una pierna, y sostenían siempre su ametralladora ligeramente para arriba. Entonces, si a la mañana llovía, se asomaba a la calle para ver si había soldaditos; y si había, se acercaba a la cama y nos decía que sigamos durmiendo, porque estaba lloviendo con soldaditos. Y era lo mejor. Y hoy había soldaditos.
Si alguna vez tuviese hijos, y no es algo que piense seguido, todo tendría sentido en ese momento. Cuando me acerque a su cama y les diga bajito que no se levanten, que hoy se pueden quedar un rato más en la cama porque está lloviendo con soldaditos.