Desde hace ya varios meses yo mismo me corto el pelo.
Lo hago con una maquinita.
Durante años me corté en una peluquería canchera, con música muy fuerte y donde, a pesar de haber pedido turno, siempre tenía que esperar. Yo quería cortarme siempre igual, y sin embargo salía siempre con un corte distinto que reflejaba, supongo, el intrincado aparato psíquico de mi peluquero, su humor y su estado de ánimo. O su abstracta noción de onda. El año pasado me cambié a otra peluquería, por recomendación de Lake. Un pequeño local al fondo de una galería en calle Corrientes. Pocas peluchas y nunca había nadie. Un hombre grande que realmente se tomaba su tiempo para cortar. Era grandioso. Cortaba muy de a poquito y al final, con toda la concentración del mundo, me pasaba la navaja en la nuca y las patillas. Era el cielo. Cuando veo a alguien muy concentrado haciendo algo es la emoción misma. Me conmueve mucho, tanto que siento un zumbido en el cuerpo, ver a alguien tan concentrado que parece que el mundo a su alrededor desaparece. Así me cortaba el pelo el hombre grande. El ruido de la tijera, el ritmo, el peine, la fuerza exacta con la que agarraba mi cabeza para moverla a un lado y al otro, el ruido áspero de la navaja. Y el corte que era siempre exactamente igual. Un corte como para ir a la escuela. Corto. Simple. Prolijo.
Pero desde hace meses me corto yo mismo. Tengo una maquinita para cortar el pelo, entonces simplemente apoyo una mano en mi cabeza, y recorto el pelo que sobresale entre los dedos. Así sin más. Justo antes de darme un baño. Fui perfeccionando mi técnica. Para cortar la parte de atrás de mi cabeza, la que no puedo ver en el espejo, tengo que cerrar los ojos.
Niceto tiene hipo.
Niceto es mi gata.
Me mira con ojos grandotes. De repente hace un espasmo y abre más los ojos y me tiento. No puedo hacer nada Niceto. Ya se te va a pasar. Mientras tanto sos muy divertida. Y no, no voy a ir hasta la calle a tocar el timbre para que te asustes. Siempre te asustás cuando suena el timbre, y corrés a esconderte debajo del acolchado. No es un buen escondite, por cierto. Y no estoy seguro de que los remedios para el hipo que funcionan con las personas vayan a funcionar con vos. Podés intentar aguantando la respiración. O esto, claro: sentarte delante del monitor y mirarme.
Fui a ver Los Sensuales, de Tantanián, el sábado al Camarín, con L., Gu y J., donde también cenamos muy rico. Y aunque sigo sin entender por qué tiene partes musicales, la historia es hermosa. Es una adaptación de Los Hermanos Karamazov muy atrevida y descocada. En la puesta hay un tema de Antony & The Johnsons, ponele.
Y Un Novio Para Mi Mujer, al cine, esa misma tarde. Bertuccelli: vos y tu personaje, la Tana, son todo.
Este finde largo fue subir mucho el volumen para bailar Heart It Races. Muchas veces.
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