Monday, September 19, 2005

plantismo

Lucas: voy a hacer berenjenas en escabeche.
Yo: sí, me imaginé (desde acá veo la receta en un archivo txt en su compu, no voy a hacer preguntas, es algo entre él y su madre)
Lucas: ¿Las hago con o sin cáscara?
Yo: sin (ya aprendí, algo tengo que contestar, aunque no tenga la menor idea, de lo contrario podría empezar un diálogo sin final)
El punto es que ya me mudé. Donde sea que esté mi compu conectada a internet, está mi hogar (y mis libros, mi gata, mi ropa y bueno, Lucas, por qué no decirlo).
Lo más crítico de todo fue descubrir que (y es algo que me afectó sobremanera) en mi nuevo balcón, desde el que tengo una vista privilegiada de todo Palermo, o de una parte considerable, nunca da el sol excepto durante media hora al atardecer. Durísimo. La mayoría de las plantas que tenemos con L son de exterior, y son muchas, y como mi pensamiento está lleno de una busqueda ridícula de señales en los fenómenos más absurdos (patología esta de la que afortunadamente L carece por completo), nuestras plantas siempre fueron una metáfora silenciosa pero elocuente del devenir de nuestra relación. Así que la perspectiva de presenciar una catástrofe botánica de estas dimensiones, verdaderamente me afectó. Lucas, por otro lado, y desde un lugar completamente otro (por orgullo) también parecía estar bastante afectado por este desastre doméstico. Y le dije, después de confirmar que por cuestiones ajenas a nosotros (o no, el dpto lo elegí yo, y admito que nunca se me ocurrió pensar si la orientación nos era favorable), que ibamos a tener en nuestra casa el realityshow de la tristeza. Ibamos a ver marchitarse una a una nuestras plantas, sin mucho para hacer al respecto. Lucas se puso serio, y me djo: no va a pasar eso, les voy a dar hormonas a morir. Grandioso. Está de más decir que Lucas jamás usaría la expresión "a morir", eso lo agregué yo para que se entienda mejor el nivel de compromiso.
Lucas (y ya que estamos lo digo, si claramente este es el blop no oficial de Lucas y su atormentada vida conmigo) nunca exagera. No existen para él expresiones como "fantástico" o "fabuloso", sobre las cuales yo casi construyo todo mi discurso, sin jamás quedarme tranquilo de que consigo explicar mis niveles de entusiasmo, las más de las veces adolescente, sobre las cosas más estúpidas. En una de nuestras primeras salidas, hablando de no sé que obra de teatro de Veronese que a mi (obvio) me había "fascinado", él se limitó a decir sobre la obra en cuestión, que era "simpática". Yo pensé ouch, no nos entendemos, sin sospechar que "simpático" lidera lejos su repertorio de cumplidos. Y así todo. Seinfield es "genial" para mí (estamos alquilando todos los episodios en dvd), y para él Seinfield "está bien", "si querés lo llevamos". Ok. O a veces tiene lapsus como preguntarme: ¿cómo se les dice a los recolectores de papeles?, y yo: ¿cartoneros?
Esa es la clave. Si nuestra relación funciona, es porque tenemos concepciones generales del mundo casi completa y absolutamente opuestas. Por eso casi no podemos discutir, sencillamente porque nunca nos entenderíamos. Y los dos lo sabemos. Y podemos vivir con eso. Si yo me "angustio", Lucas se queda mirándome como frente a un fenómeno completamente curioso y absurdo. Desde ya L "no entiende" terapia. A veces creo que para L soy como un experimento, que trata de encontrar en mi patrones de comportamiento coherentes, sin éxito. Y L es mi experimento también. Algún día se va a cansar y me va a matar. Hoy no se me ocurre otro final para nuestra relación. Yo sé que L es un asesino serial reprimido, y cuando finalmente lo asuma, y salga a matar personas, va a ser muy muy feliz. Mientras tanto se va a divertir drogando a nuestras plantas.

Si tuviese espíritu, buscaría El Diario De Adán Y Eva, de Mark Twain, y copiaría acá el final, el último monólogo de Eva. Creo que ahí se explica muy bien lo que me pasa con L. Lo voy a googlear, pero las traducciones que se encuentran online son siempre odiosas.