Soy un adicto perdido:
Fumo desde que tengo memoria (o no me puedo imaginar sin fumar, que sería lo mismo). Siempre Lucky. Siempre Minibic blanco (llevo incluso uno de repuesto en el morral, como una rueda de auxilio). Y desde el principio sabía que esta clase de decisiones eran cruciales. Y que iban a ser muy útiles en el futuro. Como cuando te despertás cada mañana y por un instante tenés que hacer memoria y recordar quien sos. Yo lo elegí como un indicio claro, preciso. Me encantaría en algún momento aprender a dejar espacios vacantes, como en ese juego que tiene fichitas dispuestas en un tablero con forma de cruz, y está todo completo excepto en el casillero del centro, y es necesario hacer saltar una de las fichas a ese espacio vacio para que empiece una cadena de saltos en todas direcciones. Para que empiece el juego. Tiene que haber un espacio vacante para empezar a jugar. Tiene que faltar algo. Pero los espacios vacios siempre me hicieron sentir incómodo. Siempre me refugié en la idea de que para cada uno de esos espacios existía (porque siempre había existido) algo que podía acomodarse perfectamente ahí. Un mundo perfectamente estático entonces. Y conmoverme siempre fue tener esa íntima certeza de ser testigo de algo que encajaba perfecto. Pero nunca se acaba y es agotador, porque las posibilidades son infinitas, pero sólo una es la correcta, cada vez. Tal vez, si hubiese tenido la certeza de que alguién, por la razón que sea, había decidido deliberadamente que yo exista en el mundo, hubiese podido inventar todo un mundo vacio para mí. Pero no fue así, y mi trabajo fue todo otro.
Entonces no hay decisiones ligeras. O algo tan ligero como fumarse un cigarrillo, y tan hermoso, y tan íntimo, por un instante hace que sólo exista eso, y todo el mundo, y todo el tiempo desaparece, o se condensa en ese instante, que siempre encaja perfecto. Y es tan fácil de llevar en el bolsillo. Es un instante sin angustia porque es un instante sin tiempo. Y es real. Y cada futuro cigarrillo es la promesa y la confirmación de que es real, de que es posible que todo encaje al margen de todo. Esos instantes en que todo encaja son la droga perfecta. Y un cigarrillo es la versión de bolsillo de ese fenómeno que hace que todo tenga sentido, es la miniatura de eso, es el souvenir del abismo.
Estar, en el sentido más amplio de la palabra, sucede en un instante. Y siempre sucede en ese instante, en el de prender un cigarrillo. Y no podría vivir sin algo que me lo recuerde cada vez. Es genial: la felicidad se compra en los kioskos, en atados de veinte felicidades.
Y funciona para medir el tiempo. Es de las unidades de medida de verdad. Es un tiempo tangible. La vida sucede entre cigarrillo y cigarrillo.