Hoy salí al palier para acompañar a L a tomarse el colectivo (él sólo tiene feriados americanos) y ví en la puerta del departamento B una estrella dorada. Horriblehermosa. Grandioso. Quién sabe, tal vez se están cagando a palos ahí adentro, o se odian y son infelices, pero como sea, no es asunto mío. Lo que sí es mío llega exactamente hasta la puerta, donde ahora hay una estrella dorada, más horrible que hermosa según mis estándares, pero grandiosa de todos modos. Es la navidad. Y me pone contento. ¿Que sentido tendría cuestionar eso? En algún momento debe haber tenido sentido hacer de la navidad un debate ideológico y estúpido, pero si funciona para que aparezcan lucecitas de colores por todos lados, es sencillamente fantástico. Lucecitas de colores. Por todos lados. Estoy perdido.
Cuando era chico (o adolescente; una etapa que, dijo Daniel Molina en una entrevista hace unos días, habría que prohibir por cruel, y fue una broma pero todos entendemos a qué se refiere) tenía que ir a Santa Fe a pasar nochebuena. Y lo odiaba. Y para colmo era contestatario, y agarraba la cámara de video para hacer el documental de la *verdadera* navidad, de todo lo que no aparece en las fotos que sacaba mi viejo, y me parecía coherente y lúcido... y eso me convertía a mí en el único ser despreciable esa noche. Porque había un montón de lucecitas de colores, y fuegos artificiales (que amo), y mi abuela estaba toda empirifollada, y yo le tendría que haber dicho que estaba hermosa (aunque sus peinados nunca se ajusten a mis estándares), porque estaba hermosa. Este año le voy a decir que está hermosa, y que me encanta cómo decoró su casa, y que es una muy buena idea armar el pecebre en el hogar para darle un uso en verano, y que su viteltoné es único. La odié siempre por ser de ultraderecha, por votar a Aldo Rico, por ser más reaccionaria que los militares, por ser odiosa, por bajar la voz para que no escuchen los vecinos, por llamarme guillermito (hasta el día de hoy), por mandarme giros para que haga terapia (ella que repudia a los sicólogos), por estar decepcionada porque no soy cura (y encima ateo, dios!). Pero este año me mandó una carta invitándome a pasar la navidad en su casa (le encanta enviar invitaciones formales por correo) y me escribió que desde ya Lucas está invitado también. Y me desarmó. Y seguro lo hace porque es correcto, y también podría odiarla por eso, pero se sentó, y escribió L-u-c-a-s en su carta, y me la mandó. Abu (yo le digo así) sos lo más. Igual que esta canción de Britney, My Only Wish.
Está por llegar mi vieja. Le dije que me daba fiaca salir, que me pase a visitar ella, a la hora de la merienda. Sí mamá, cuando salgas de gimnasio venite. Y voy a armar el arbolito (sacarlo de la bolsa, en realidad; es una miniatura de arbolito todo chiquito todo kistch todo lindo) y lo voy a enchufar para que se prendan y apaguen las lucecitas. Y me va a contar, lo sé, lo que me cuenta todos los años: que cuando yo era un bebé, antes de cumplir un año, y mi hermana no existía, y ella tenía que ir a Santa Fe, se escapaba de la casa de mi abuela (escaparse es el término exacto para ella, porque tenía 19 años, y a esa edad te escapás) conmigo en el cochecito, y paseaba por la peatonal y yo, que no podía hablar, o balbuceaba cosas, había inventado una palabra para "arbolito de navidad" que era algo así como balalá, y lo único que hacía era señalar a cada arbolito que nos cruzábamos y decir balalá.