Escrito el ayer. Publicado hoy. Casi una apología de la neurosis.
Estoy un poco en crisis. No en todos los sentidos, al menos. Profesionalmente estoy muy satisfecho. Y esto incluye espórádicos momentos de euforia (siempre dentro de los límites claros de la neurosis). Ayer fue la producción de fotos de la marca para la que trabajo. Si pudiese dar nombres todo esto sería mucho, realmente mucho más pintoresco. Pero puedo decir que estuve todo el día en el estudio de famosa fotógrafa, en palermo hollywood, rodeado de celebridades, disfrutando del mejor catering ever. Y llegué a una de esas conclusiones que por un instante te reconcilian con el mundo, o con tu historia. Toda mi infancia y adolescencia desde un margen. Vivir con abuela suicida, tia ezquisofrénica, madre border... Todas las mujeres de mi vida se encargaron siempre de llegar a extremos oscuros. Y amar a todas esas mujeres te pone en un lugar muy delicado. Algo hay que inventar entonces. Un lugar seguro. Y estar atento. Y afortunadamente para mi, encontré ese lugar. O lo encontró mi aparto psíquico. Alquien se tiene que acordar de sacar la basura todas las noches. Esa era mi función. Tenía que escuchar, tenía que estar siempre tranquilo, tenía que ser siempre ordenado, tenía que saber contener, tenía que saber qué responder, cómo y cuándo. ¿Cómo te inventás un lugar en el mundo, que sea coherente, si sabés desde el principio que nadie deseó que estés acá? Parece que llovía y mi viejo con el pretexto de no sé qué paraguas (esto es mi mito de origen) llevó a mi vieja a su departamento. Y pum! ¿Y por qué no me abortaste mamá? Al fin y al cabo tenías 18 años... De más está decir que a esa edad, y en ese contexto familiar, y con un tipo como mi viejo, ser madre parece la última posibilidad a tener en cuenta. Pero mi vieja, que aplasta a cualquier heroina de Almodovar, estaba convencida de que yo podía ser hijo de su novio anterior muerto (Y sí, pequeño detalle, el "único" gran amor de mi vieja, Daniel-que-en-paz-descanse, se había muerto trágicamente dos meses antes. Y mi vieja afirma que los números daban. Y que estaba decidida, en secreto, a llamarme Daniel, in loving memorie of). Y en exactos 9 meses, nací. Y mi vieja debe haber pensado: Ouch. Y sí, te mandaste una "gran" cagada. Detalle simpático: Mi vieja nunca me dio la teta, porque pensaba que si lo hacía, se le iba a caer. Y las tetas caidas no son las más lindas, we all know that. Una vez escuché que si los gatos cuando están felices masajean almohadones (todos los que tenemos gatos sabemos de que se trata) es porque vuelven a aquel momento, el más feliz de sus vidas, cuando su madre los amamantaba y ellos tenían que masajear la teta para que salga más leche. Hmmm... tal vez una mamadera sea un buen reemplazo. Igual yo no soy un gato, así que no tengo de qué preocuparme, no es así? Entones ya estoy en condiciones de pensar algunas instancias (evolutivas, de mi pensamiento). La primera, la primaria, pedir disculpas. Si estás convencido de que sos el manifesto viviente de grandes cagadas y grandes errores, no hay espacio para ser muy orgulloso. Hay que pedir disculpas, terminar cada comentario con un "coma lo siento", y trabajar duro para complacer a todos. Y para eso hay que saber estar muy atento. Entonces se pasa a la segunda instancia, bastante más crítica. Todos en realidad son muy estúpidos, y si sabés cómo mirar, complacerlos es muy fácil. Jamás me llevé una materia, ni podría habermela llevado, excepto que lo hubiese querido. Si podía armar una estrategia para que en mi casa se mantenga cierto equilibrio sano (ok, sano va entre comillas), esa misma estrategia tenía que servir en cualquier otro espacio. Era simple, era saber adivinar qué era lo que el otro esperaba de vos. O entender que siempre es la misma lógica que se repite: hay un espacio vacante, y algo que tiene que venir a completarlo. Y para saber qué es, sólo hay que saber leer las pistas. Y todo parece funcionar a la perfección. Pero tiene un precio: te sentís infinitamente solo. Y todos te quieren, y sos simpático y ocurrente. Pero vos sabés que nadie tiene la menor idea de quién sos. Y vos tampoco sabés bien quién sos, pero no podés animarte a explorar demasiado, porque sobrevendría la tragedia. No podés decepcionar a la gente que querés. Además tenés mucho trabajo que hacer, hay siempre algo para sostener, todo el tiempo. Así que, recapitulando, estás rodeado de gente que te quiere, pero que en realidad no tiene la menor idea, así que son unos imbéciles. Y estás solo. Y encima sos el gran estafador, así que sos repudiable. Afortunadamente, después empiezan a caer fichas, y pasás a la siguiente instancia. El gran hallazgo. Te volvés irónico. Profundamente irónico. ¿Vas a saber qué ve el otro cuando te mira? No. Nunca. Siempre es fábula. Entonces estás libre. Y podés jugar. Y te podés reir de ese juego. Y de que todos juegan a eso, pero algunos no se dan cuenta y se toman las cosas en serio. Y tal vez de vuelta estás solo, pero te reconciliaste con vos, y te divertís. Y resulta que hay gente que entiende perfectamente esa manera de mirar el mundo, y sentís complicidad. Y no es una contradicción. Sencillamente hay un acuerdo tácito de que todo es un juego. Porque si todo es un juego, especialmente las palabras. Y (volviendo, porque esto tenía un sentido) la angustia se va (al menos la más fea, la más intestinal) pero todo ese recorrido te dejó una manera de mirar las cosas, de hacer recortes, que es bastante valiosa. Y sabés elegir a la gente que entiende eso, y sabés respetar a la gente que entiende eso. Y hoy tenés veintipico y toda esa gran estrategia es tu principal herramienta de laburo. Y te pagan por "saber mirar". Y sabés que tenés con qué, porque sos todo ese recorrido. Y la verdad es que me fui al carajo. Empecé diciendo que estaba un poco en crisis y es porque me tengo que mudar. Pero para alguien que nunca en su vida vivió más de dos años en el mismo lugar. Que sostiene que lo único que busca es un lugar donde por fin echarse y descansar. Que no se lo cree ni un poco porque cuando las cosas parece que se estabilizan se pone paranoico y se da cuenta que en realidad no se lo banca (Lucas está en la cocina cortando un coliflor, supongo que él es de alguna forma un lugar en donde echarse, y me da pánico). Y pensando en todo esto, pasé por el Calma Chicha telúrico de Gurruchaga, y estuve a punto de cometer the ultimate grasada. Casi me compro una pashmina marrón hermosa.