Fundido encadenado... Y todo es sepia (un recurso cliché, el primero, pero voy a evitar contarlos). Flashback. Por culpa del blop de Snoopy (a quien aprovecho para mandarle afectuosos saludos muchos). Me gustaría hacer un invetario de momentos en mi vida que marcaron un antes y un después, pero aunque no me falta entusiasmo, tengo poco tiempo (Lucas llega a las once de dictar su curso, la cena está sobre el fuego). Así que me voy a concentrar en uno. Hace ya varios años. En realidad hace muchos años, cuando un día caés en la cuenta de que te gustan los nenes, no las nenas (a los trece?); empieza una cuenta regresiva. En algún momento iba a tener que comunicarle esto a mis viejos. Siempre se me ocurre la misma metáfora (obvia): me acabo de subir a una montaña rusa, estoy sentado en el carrito, bajaron el dispositivo de seguridad, se empieza a mover, y escucho el ruido del tren que se engancha a la cadena que lo va a subir hasta la parte más alta, tracatracatraca, lento, y ya no te podés bajar, y no hay lugar a donde ir excepto arriba, y esa sensación en el estómago, y cerrás los ojos pero el ruido está siempre, tracatracatraca, y no sabés cuando vas a llegar arriba de todo, lo único que sabés es que todavía no llegaste, tracatracatraca. El ruido de toda mi adolescencia, tracatracatraca. Y pasan un montón de cosas mientras tanto. Pero cada vez estás más alto, y un día ese es el único ruido que escuchás. Entonces un fin de semana decidís ir con tu viejo a Santa Fe, solos, a ver a la familia. Y pensás todo el tiempo en M. Y necesitás flatenear todos los layers. Y mi abuela dice en la mesa que la idea de dos homosexuales adoptando un hijo le da asco. Tracatracatracatracatraca. Y te despedís de todos, sin estómago porque se contrajo tanto que ya no está, y te subís al auto. Solos, mi viejo y yo, 500 kilómetros de ruta para los dos. Pero no hay ruta no hay auto no hay mate no hay radio. Tracatracatracatracatraca. Se hizo de noche. En el medio de la nada. Faltan dos horas de viaje. Y no sé cuál es el instante exacto, y cerrás los ojos, y escuchás el último trac, y lo que sigue es el silencio más profundo que escuchaste en tu vida. Estás arriba de todo, en un instante eterno.
No sé exactamente qué fue lo que dije, o cómo. Pero de pronto hay auto y ruta y mate y radio y estómago. Y está mi viejo. Y no chocamos (a 170 km por hora, no es un detalle menor). Y está M en Buenos Aires, pero ya no hace falta hablar de M porque ya está todo dicho. Y le digo a mi viejo que por favor me diga algo. Y me dice:
-¿Estás seguro de que todo esto no es nada más que un esnobismo?
Me encantan las montañas rusas.